“Al arte le está faltando transgresión y rebeldía”

“Al arte le está faltando transgresión y rebeldía”

Cantante, guitarrista, compositor, apasionado del blues, Santiago Caminos desgranó pensamientos entre brindis, dolores y un poquito de esperanza.

A Santiago Caminos no le gusta este Tucumán, reniega de la hipocresía de su sociedad y del entorno cultural con el que obligadamente se codea. Pero como es un escéptico esperanzado eligió quedarse, bancársela y pelearla. “Es así, ídolo”, sentencia Caminos, y brinda con un chardonnay bien seco de Finca Las Moras. Si para los mellizos Orellana cada interlocutor es un “líder”, Caminos prefiere un afectuoso y enfático “ídolo” al momento de subrayar una frase. “Salud, ídolo”. Sí, salud.

Antes de cantar rock y blues, mucho antes de caerse de espaldas en las callejuelas de Nueva Orleans, Caminos jugaba al fútbol en la Marcos Paz al 300. Jugaba muy bien, según cuentan. Era el barrio Norte de los 60, desintoxicado de tanto auto y tanto negocio. Mientras los chicos azotaban puertas y balcones a pelotazos, músicos, actores, literatos y artista de toda laya hacían de Tucumán un jardín de la diversidad y de la riqueza cultural. Caminos añora aquella primavera, por más que era un clase 56 que miraba todo desde la adolescencia.

“Lo que vivimos desde el 66 en adelante fue una depredación de la cultura. Después de la dictadura del 76, la más sangrienta de todas, el manejo de los gobiernos ha sido pésimo. Hablo de todas las gestiones que pasaron. ¿Sabés qué pasa, ídolo? Es notable la ignorancia de los gobernantes. Y además tienen miedo de que los que saben algo del tema, por ejemplo de la cultura, digan o hagan lo que corresponde”.

La sesión de fotos es casi un show de stand up de Caminos. Por algo bailaba en campeonatos barriales de twist. Después se enamoró de Johnny Tedesco, de lo más rockero que ofrecía el ecléctico Club del Clan. Se venía la guitarra de regalo y llegó, por supuesto. Una criolla de la que sacó, de oído, los acordes de “Love story”.

“Para mí Eric Clapton y Chuck Berry están arriba de todos. No hay guitarristas como ellos, los número uno del blues y el rock. ¿Qué escuchaba de chico? ‘Abbey Road’, de Los Beatles; “Let it bleed’, de los Stones; Creedence, Manal y Spinetta. Listo, ídolo. Nos vemos”.

Caminos es un poco guitarrista, un poco cantante y en buena medida compositor. “Mi papá es Bob Dylan -confiesa-. Antes de abrir la boca pienso ¿qué diría Dylan en este caso?” Sí, Caminos piensa las respuestas. Suele acariciarse la cabeza, enfoca la mirada en ninguna parte y larga la opinión. Eso de elegir las palabras con cuidado es propio del poeta. “La mejor canción que escribí todavía no la presenté en público. Se llama ‘Nada es lo que parece’. Ahí, con humor, digo lo que pienso. Digo la verdad”, sostiene Caminos.

“En los primeros tiempos de Alfonsín sentía que la democracia era una realidad posible. ¿Sabés que pienso de esta democracia que tenemos hoy? Que es una forma sutil que encontró el sistema para hacerle creer al pueblo que gobierna”.

Caminos es un infatigable rastreador de grietas en el sistema. El sistema es su obsesión. Más que de distopías orwellianas, Caminos siente que somos prisioneros de la sociedad del entretenimiento. Hay un extraordinario disco conceptual de Roger Waters referido al tema: “Amused to death” (“Divertidos hasta la muerte”), basado en un ensayo del pensador Neil Postman.

“Por algo Divididos dice en su disco que estamos en ‘La era de la boludez’. Existe un aislamiento intelectual y tecnológico que impide que se exprese la emoción y plantea falsas relaciones. No hay margen para la resistencia civil, que es el rechazo al sistema. ¿Qué pasaría si todos nos ponemos de acuerdo para no pagar impuestos o servicios que no nos brindan? Para eso hace falta unidad, pero el sistema logra que cada uno esté en su casa frente a una PC. Nos vemos, ídolo”.

Nos vemos, pero antes ¡salud! Se eleva la copa de Caminos y los cubitos tintinean. Estamos en el restaurante del Hotel Sheraton y ventanales afuera avanza una siesta más bien grisácea. Caminos atiende con entusiasmo el salmón con risotto que eligió sin demasiadas vueltas. Al compás de los cubiertos se mueve su reloj, a todas luces vintage. Hay un anillo de casado, otro con una piedra negra y una pulsera. Camisa oscura, jeans y zapatillas con detalles flúo.

“Me hace feliz que la gente tenga una esperanza. Me pone mal lo contrario. Mientras tanto escribo, canto, enseño inglés, aprendo y todo lo que aprendo pienso en transmitirlo. Soy más maestro que músico. Es mi naturaleza”.

Caminos está enamorado de su banda -Tripas Calientes-, de la mujer que lo acompaña desde hace 22 años (“un amor indestructible”) y de sus hijos. Con la música también mantiene un enganche espiritual. Escuchar a Clapton y a Janis Joplin fue una experienca epifánica que le permitió descubrir el gran secreto: hay blancos que son negros por dentro. Sus almas no les pertenecen, son del blues, y por eso hay blancos (no muchos) capaces de cantar la música de los negros.

“El blues es el canto del sufrimiento por el que hemos pasado. Cantando, ese sufrimiento puede curarse. Es la pena que cura la pena. Por eso para mí cantar es una catarsis, debería pagarle a la gente para que me escuche. La gente lo siente y por eso le gusta. Mi alma anterior hizo que yo me comunicara a través del blues. Pero a fin de cuentas la baguala es lo mismo. ¿Sabés, ídolo? Si yo hubiera anclado en el folclore sería millonario. ¿Te imaginás? ‘Santiago Caminos y la Polvareda’, un éxito en el Festival del Limón. Bueno, con Chechi Bazzano hicimos una chacarera con ritmo de boogie-woogie”.

Caminos revela que su lugar en el mundo es el escenario y que elige cantarle a un miembro equis del público. Así toda la noche. Lo aprendió de Los Plateros, a quienes la familia recibía en su casa. Caramba con los contactos. En fin, por algo Caminos es sobrino de César Pelli (su mamá es Irma Pelli) y hay más de un arquitecto revoloteando por el árbol genealógico. A él le salió la música.

“La cultura del rock me preocupa. ¡Que vayan a pedirle autorización al papá para romper la casa! Yo rompo y me la banco. El arte, ídolo, es trangresión, pero ojo: transgresión no es violencia, es rebelión”.

Dicen que los bluseros pactan con el diablo en las encrucijadas. Caminos desliza que estuvo cerca, pero no. No le vendió su alma a Legba en las afueras de Nueva Orleans. En realidad, afirma, sostiene una fe inquebrantable en no creer. “No creer en nada me hace libre”, enfatiza Caminos. Libre del gran miedo, por ejemplo. El pánico a la muerte es, para Caminos, una gran curiosidad. “A lo que le tengo miedo es a la imposibilidad de cambiar el curso de los hechos -subraya-. La muerte, ídolo, es un truco de magia. La vida era antes de que yo naciera y va a ser después de que me vaya”. No hay chance de rematar la apreciación sin un brindis. “Salud, ídolos -agasaja Caminos-. Por nosotros”

“El arte está podrido”.

Según Caminos, todas las adicciones son lo mismo. El alcohol, el juego, los psicofármacos, las drogas ilegales, la adicción al trabajo. Bolsa compleja y pesada si las hay. “Si se prohíbe una deberían prohibirse todas”, filosofa Caminos. Hecha la ley, hecha la trampa. “El problema no es la sustancia o la actividad, sino la frecuencia y la cantidad”.

“¿Sabés con qué me conformaría en el Bicentenario? Con gente en las calles sonriendo. Con gente en las casas sonriendo. Sin miedo, conscientes del futuro. El miedo y la desesperanza fortalecen el sistema. Por eso no creo en ningún sistema ni en ningún ismo. Excepto en mí mismo. ¿Te acordás de lo que decía Lennon, ídolo? ‘Todos tienen algo para ocultar excepto yo y mi mono, y mi mono es mi mujer’”.

Caminos mide 1,54. Adolescentes crueles hubo siempre y a él le tocó la reglamentaria cuota de burlas. Hasta que se convenció de que el valor no pasa por la estatura sino por lo que tenemos adentro. “Entonces encaré una mina de 1,80”. ¿Y cómo te fue? “Salud, ídolo”.

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