Arhehpez: resistencia, entre expedientes y choripanes

Arhehpez: resistencia, entre expedientes y choripanes

Los trabajadores del frigorífico, tomado en mayo del 2014, formaron una cooperativa y aspiran a volver a procesar pescado mientras atienden los chulengos. Historias mínimas de una lucha que continua.

La idea fue de Juan Carlos y Laura. Al principio fue una excusa para vigilar que la cuadrilla de EDEA no llegara sin avisar y les quitara el medidor. La empresa eléctrica tenía 3,5 millones de motivos para dejarlos a oscuras.

Juan Carlos es Juárez y peón de Arhehpez desde hace más de 10 años. Laura es Matamala, envasadora de manos rápidas con un poco más de antigüedad. En el epílogo del 2014, ellos tuvieron la idea de armar un chulengo en la vereda de Champagnat.

El resto, un par de docenas de compañeros, los acompañó entre el entusiasmo y la incredulidad. Hernán Ruiz, el jefe de máquinas que mantenía con pulso el sistema de frío de las cámaras desde aquel el 22 de mayo en que habían tomado el frigorífico, se los construyó con más mañas que oficio.

La planta de Arhehpez era un árbol que se mantenía de pie pero se estaba secando. Ocupado por este grupo minoritario de trabajadores como única alternativa para defender la esperanza, mantener viva alguna certeza ante tanta incertidumbre de sentirse con un pie en la calle.

Por esos días todavía se ilusionaban con la aparición salvadora de He Hong, el empresario chino que había desapareció debiendo salarios y jaqueando el futuro de 120 obreros registrados bajo convenio.

Hasta ese momento el aguante se había hecho del lado de la calle Victoriano Montes. La vigilia del medidor fue la excusa para mudar el centro de operaciones a la playa de la sala de máquinas y comer algo más caliente y sabroso que los sándwich de tomate a los que se habían tenido que acostumbrar para engañar al estómago.

A casi 4 años de la ocupación pacífica de Arhehpez, algunas cosas se mantienen inalterables. A la evaporación de Hong se contrapone la comunión de este manojo de hombres y mujeres que en este sábado pintado de otoño siguen peleando por la dignidad de un trabajo noble.

La deuda de EDEA se ha regularizado, conformaron una cooperativa, “La Nueva Arhehpez” con 51 socios, que en agosto del año pasado tuvo la habilitación municipal y la reconexión de Obras Sanitarias para volver a funcionar. “Nos pidieron cosas que no le piden a nadie”, dijo Gustavo Suárez, abogado del emprendimiento.

En este tiempo han desfilado empresarios con proyectos ambiciosos para reactivar el frigorífico y devolverles su función. Que pescado, que verduras, que calamar…todas han sido promesas que se desvanecieron con la misma velocidad que germinaron. Alimentaron falsas expectativas para mantener la angustia de la espera.

También persisten las grietas que generaron las fracturas familiares. Matrimonios que no soportaron el vendaval de quedarse sin un ingreso seguro a fin de mes. Envasadoras que se transformaron en niñeras, en empleadas domésticas, peones que cambiaron el gancho para arrastrar cajones por cucharas de albañil o brochas de pintores.

En noviembre del 2015 fue la última vez que los 120 trabajadores de Arhehpez cobraron el subsidio de mil pesos que había gestionado el Soip con la Subsecretaría de Pesca, y que los ayudaba a sobrevivir. Las cosas cambiaron.

Juan, el Presidente de la cooperativa, todavía es sereno en el ACA de Mogotes. Roxana, la Tesorera, cada tanto vuelve a manejar el remis “barrial”. Ruiz, se cortó el tendón de Aquiles en un accidente de moto mientras iba a changuear a un saladero del Parque Industrial. Historias de esfuerzos y sacrificios que no figuran en ninguno de los cientos de expedientes que abrieron para seguir de pie.

El puesto de chori ya vendía bondiola y vacío para cuando llegó el primer pedido de trabajo en vísperas de la pasada Navidad. La empresa Organto Argentina les entregó chauchas para cortar, clasificar y embalar rumbo a Francia. No fueron muchos kilos, y apenas alcanzó para ocupar a 16 socios, pero acondicionaron un sector separado de la planta procesadora de pescado, lograron la habilitación de Senasa y sumaron algunas horas despuntando vainas verdes.

El experimento no prosperó porque fracaso la cosecha. Otra vez el verano los encontró con el chori más vivo que nunca. Hernán les tuvo que hacer dos chulengos más para atender la demanda. “Lo único que creció en estos años”, dice Narvaez, el exdelegado de Arhehpez y ahora presidente de la Cooperativa.

Los chulengos les permiten a 20 familias llevarse, en un buen día, $150 a su casa. “Vamos a pedir un anexo en la habilitación”, se ríe Juan Carlos con la ocurrencia. El coautor intelectual del puesto, pero que también le pone el cuerpo y suma horas en Arhehpez. Va y viene de la parrilla. Mientras vigila el fuego semblantea la avenida adivinando posibles clientes. En Arhehpez se especializaron en esperas prolongadas.

El mes pasado volvieron a procesar pescado fresco después de más de mil días sin que por el frigorífico corriera un cajón. Corvina entera, pescadilla y pez palo para hacer filet. Trabajaron los 51 socios y a punto estuvieron de necesitar algún filetero adicional. “Todo en blanco, todo en regla”, dice el Presidente que prefiere no decir quién les manda pescado.

Es que la estructura laboral en la industria pesquera marplatense es tan precaria como la condición laboral de miles de sus trabajadores. El pescado que llega a Arhehpez no alimenta otro circuito informal. La manta corta, que lejos de enfriar, enciende reclamos, cubiertas y piquetes. Para colmo la flota fresquera no regala bonanza. Disminuyeron los desembarques porque es una unidad de negocio con más riesgos que rentabilidad.

En la incertidumbre de Arhehpez Alejandro se jubiló. Pero sigue siendo filetero de cuchillo prolijo en las madrugadas que consigue mesa donde cortar. Con su esposa Irma ampliaron el abanico gastronómico del puesto. Se encargan de las empanadas. Como los choris, primero fue de consumo interno. Ahora ya toman pedidos.

Como la chaucha, el pescado también se cortó. Narvaez dice que los proveedores de la materia prima tienen temor de contratarlos, de tener problemas por reclamos futuros. Desde la Secretaría de Producción y la Dirección Provincial de Pesca quedaron en propiciar reuniones para despejar dudas.

Mientras tanto, de un perchero cuelgan los delantales amarillentos por el cloro y la inactividad prolongada. Las cunitas con el sello de la vieja Arhehpez se apilan contra una pared azulejada, al igual que los cajones del último cliente que todavía no retiró. Se abre una puerta, se atraviesa un pasillo y otra vez el playón de la sala de máquinas.

El sol de otoño que entra por la persiana levantada junto con el frenesí de la avenida patina de candor al ambiente. Un cliente ocupa la única mesa disponible. El humo del chulengo encendido todo lo invade. Juan Carlos corta un churrasco de bondiola sobre el acrílico que alguna vez sirvió para convertir a una merluza en dos filet sin piel. Juan se despide para encontrarse con sus hijos. Irma rellena empanadas. Hernán descansa en un banco bajo el árbol de la vereda.

Todos unidos con hilos intangibles, hilvanados por la perseverancia de no darse por vencidos.

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