Alerta Massa: El Peronismo huele sangre

Alerta Massa: El Peronismo huele sangre

Con el Gobierno débil, el peronismo se anima a soñar el 2019. Pelea por el liderazgo y el fantasma CFK.

La charla transcurre en una oficina coqueta de Recoleta, discretamente adornada con banderas argentinas y con algún cuadro aislado. El lugar se encuentra en plena ebullición, y los vecinos del edificio dicen que en menos de un mes han visto pasar por allí a 23 de los 24 gobernadores del país y a las principales figuras de la oposición. Incluso, en absoluto secreto, se han colado en el piso de Sergio Massa varios políticos del Gobierno que vienen coqueteando con la idea de dar un salto. “Escuchame una cosa, ¿vos sabes cuánta gente me cagó a mí? Si te hago una lista de todos los que me cagaron no terminamos más, Florencio, y así no podemos construir, no podemos ganar las elecciones”. Randazzo, dolido por heridas que no terminan de cerrar, sigue la explicación del líder del Frente Renovador en silencio. Los dos, que se reúnen cada quince días, sacan cuentas, imaginan, sueñan. Ellos, como el resto del peronismo, sienten que por primera vez en mucho tiempo el sol les pega de lleno en la cara. El Gobierno atraviesa su peor momento y los vampiros de la política huelen sangre. No son malos, no son buenos. Es su naturaleza. Es el gen del peronismo que está indisolublemente ligado al poder. El poder del que se alimenta y al que le dedica la vida.

¿Finalmente la historia les dará revancha, otra vez? Aunque ni siquiera ellos tienen una respuesta segura, la duda los excita: quieren terminar el año que viene brindando en la Rosada. En la cabeza de Massa, Randazzo, Miguel Pichetto, y Juan Manuel Urtubey hay una misión que despunta por arriba de todas: llegar al 2019 con un solo voto más que CFK. Si logran eso y se convierten en la segunda fuerza detrás del oficialismo, imaginan, el próximo presidente saldrá del movimiento que fundó Perón hace más de medio siglo y que ahora los tendrá a ellos a la cabeza. Aunque en el corto plazo no habrá definición de candidatos, a pesar de que el jefe de los senadores del PJ se lo reclame a cada uno de los presidenciables cada vez que los ve, los roces y la danza de operaciones cruzadas ya comenzaron. Todos quieren suceder a Macri, pero hay lugar para uno solo.

 

Lo peor ya pasó. Poco queda del Massa de fines del 2017 que, semanas antes de sufrir una dura derrota legislativa, se quebró en llanto durante una entrevista con el empresario Daniel Hadad al recordar el traspié de las últimas elecciones presidenciales. Hoy, el esposo de Malena Galmarini está rebosante. Desde que dejó de ser diputado, en los días finales del año anterior, volvió a lo que mejor le sale: la política pura, sin tener que encargarse de gobernar un distrito o estar en el día a día de la Cámara. “Ahora soy un simple abogado con matrícula”, les dijo con picardía a los periodistas que lo consultaron en el Congreso, en la larga jornada de la votación de la ley de la despenalización del aborto que Massa siguió desde las bambalinas, aunque su esposa tuvo un rol clave (ver recuadro). Fue un desafío para el tigrense, porque mientras Galmarini fue una de las fundadoras de “Las sororas”, su jefa de bloque, Graciela Camaño, apareció como una de las diputadas más intensas en el rechazo al proyecto. “Quedó apretado entre sus dos mujeres”, se reían por lo bajo hombres del Gobierno.

Massa juega en las sombras, fumando cigarrillos negros holandeses, “Café Créme”, que son uno de los pocos vicios que se permite aun cuando sabe que ese hábito no cae bien en su familia. Se siente cómodo en el misterio, ve crecer sus números con satisfacción y rechaza cualquier aparición en público. Hace poco cumplió siete meses sin dar una entrevista, un nuevo récord para el político. “Nunca interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo un error”, decía Napoleón Bonaparte, y el ex jefe de gabinete de CFK les repite la frase a todos lo que le piden que acelere los tiempos. Con el Gobierno, en la intimidad, se muestra salvaje: los cataloga de “animales”, “inútiles” y “bestias”, entre otros calificativos.

Desde un segundo plano, el hombre que se permitió volver a soñar con la presidencia festejó su última victoria frente al Gobierno: la ley de tarifas que su partido impulsó y que obligó al Presidente a emitir el octavo veto desde que llegó a Balcarce 50. Fue un golpe político para Cambiemos, que aumentó la ira que hace rato es personal, contra Massa. Además, esa ley y su trastienda dejaron mal parado a Urtubey, su competidor directo en la posible interna del peronismo no K. El gobernador salteño se opuso al proyecto opositor, aseguró que Macri “tenía razón” en enojarse por el tema e incluso se prestó a una foto con el Presidente a días de la votación. “Todo bien con que tenga que gobernar y necesite de la caja de la Nación, pero ¿era necesario tanto? Cayó pésimo en el peronismo esa actitud, ni siquiera bajó a la Cámara a conversar, y eso lo dejó detrás de Sergio en la carrera”, dice uno de los diputados más importantes de ese espacio.

Laberinto. Todos los hombres fuertes del peronismo imaginan a las siguientes figuritas en su álbum electoral del 2019: Massa y Urtubey como principales candidatos, compitiendo en una gran primaria, y por detrás se asoman las figuras de Randazzo, y los cordobeses José Manuel de la Sota y el gobernador de esa provincia, Juan Schiaretti. Nadie se anima a descartar sorpresas. Pichetto, el gran armador, es alguien que entusiasma a varios, en especial a Massa, para dejar el Congreso e ir a un cargo ejecutivo –“las cosas ocurren de manera inesperada, sin buscarlas, yo siempre quise ser gobernador de Río Negro y terminé en la Cámara”, dice para esta nota–, y también algunos coquetean con las figuras del neurólogo Facundo Manes y el conductor Marcelo Tinelli. Ambos mediáticos aparecen promovidos por el empresario Francisco de Narváez, aunque el propio Massa tuvo una reunión secreta con el conductor de ShowMatch.

 

Los socialistas, con el gobernador Miguel Lifschitz a la cabeza, también se ven en este espacio. La gran incógnita es para dónde va a jugar Margarita Stolbizer, líder del GEN, que viene poniendo en dudas su alianza con el ex diputado, aunque él lo niegue. “El reencuentro del peronismo de Massa me estaría dejando afuera”, dice por lo bajo, mientras coquetea con la idea de “dejar pasar” el 2019. Otro que viene pidiendo pista es uno de los tres líderes de la CGT, el sindicalista Juan Carlos Schmid, que en el lapso de diez días se reunió con el ex ministro Roberto Lavagna y con Urtubey. Cerca de Schmid aseguran que sueña con un ministerio si el regreso del peronismo llegara a concretarse, y que, además, ahora tiene más libertad de movimiento porque su relación con Hugo Moyano, el hombre fuerte del gremialismo y quien lo impulsó al cargo que está ejerciendo, se empezó a agrietar.

“Hace seis meses había una ventanita para que este espacio tenga chances y pueda competir el año que viene, ahora es una ventana bien abierta”, dice el diputado Diego Bossio, que se suma a la pelea electoral. Entre todos estos nombres, el que hoy aparece primero en las encuestas es Massa. “Quiero ser el Cambiemos de Cambiemos”, es su lema. Según la visión del tigrense, a la hora de la verdad le terminaría ganando la interna a Urtubey porque él, a diferencia del salteño, logró despegarse en tiempo y forma del oficialismo.

Desde la vereda norteña piensan exactamente lo contrario. “Los votos desencantados de Macri no van a dar el salto para ir al peronismo duro, sino a los que son parecidos a ellos pero más formados, con más territorio, más políticos. Nosotros nos tenemos que quedar ahí al lado, pescando con la red”, se comenta en las oficinas del esposo de la actriz Isabel Macedo. Por esas tierras ya empieza a despuntar la bronca contra Massa, el gran rival. “Se queda siempre pensado en la chica, en el corto plazo, en la foto para los diarios. Nosotros trabajamos pensando a futuro, y Juan Manuel está mucho más preparado y tiene mucha más ‘expertise’ que él”.

De cualquier manera, el peronismo ya se ató la servilleta al cuello. Massa anticipa sus posibles fórmulas. Pichetto, con quien lo une una gran relación, sería su compañero de lista predilecto. “Es el ideal, llegás al poder, él agarra la manija del Congreso y va para adelante”. Lavagna, aliado histórico del Frente Renovador y quien lo viene entrenando en materia económica, en un formato que sus allegados dicen que son dos clases semanales aunque él lo niega, es otro que seduce a Massa. “Es el símbolo, garantiza gobernabilidad, une transversalmente”, asegura el tigrense, y descarta que el ex ministro de Economía de Néstor Kirchner tenga ambiciones de liderar una lista, idea cada vez más extendida en la oposición. El razonamiento de Massa es una mezcla de información y deseo, porque si Lavagna decide lanzarse a la pelea podría suponer un serio obstáculo para sus ambiciones. No es la única maldad calculada del ex diputado: también le hace llegar a Urtubey que él sería una buena alternativa como su candidato a vicepresidente. “Dale Juan Manuel, con vos ganamos los votos del Norte, de Córdoba. Con vos en la lista tenemos chances”, intentó convencerlo, pero por ahora el salteño no quiere dar el brazo a torcer. Para Urtubey, hay un solo camino: la Presidencia. Ya comenzó lo que bautizó como “campaña sin campaña”, que es una recorrida de cuatro horas por día en medios provinciales y una vez a la semana, miércoles o jueves, en la prensa nacional. “Después del Mundial largamos con todo. Sergio ya hizo dos campañas en todo el país, lo conocen, a nosotros no y tenemos que empezar cuanto antes. Eso es nuestra debilidad y nuestra ventaja, porque la imagen negativa sobre él es mucho más grande que la nuestra”, dicen cerca del gobernador. Para Facundo Giampaolo, vicepresidente de la juventud del PJ porteño, la situación está clara:  “Si el peronismo logra ir unido va derrotar al macrismo en el 2019. Por eso es fundamental que dentro de este espacio se desarrolle una interna amplia que abarque a todos”.

Íntimo. “Se siente presidente, está muy canchero”, analizan los que lo miran con menos cariño en la política. Massa lo negaría tajantemente, en especial si hubiera algún grabador prendido, pero en privado admite ser el cuco del Gobierno, el hombre que preocupa a Durán Barba y a Macri. El diputado Nicolás Massot, oficialista, se lo advirtió. En una de las últimas veces que lo cruzó dentro del Congreso, le dijo que él era como el “Ortega del 98”: “Sos igual al ‘Burrito’, Sergio: hacés todo bien, jugás bárbaro, pero al final del partido te cebás y terminás pegando un cabezazo que termina en expulsión”, le comentó Massot, en referencia al partido del Mundial de Francia en el que el delantero de River se hizo echar de manera infantil.

Más allá de los dichos, hay algo que no se puede dudar: Massa es el político al que Macri más detesta. De hecho, no hablan desde finales del 2016. Su última conversación fue de película. El Presidente inundó de mensajes y llamadas el teléfono del líder del Frente Renovador, implorando “racionalidad”. “Necesitamos el apoyo de todos Sergio, tenés que entender, ser razonable”, decía con cada vez menos paciencia Macri, que necesitaba el voto del bloque massista para que pase la ley que permitía que los familiares de los funcionarios pudieran entrar al último blanqueo fiscal. Massa se negó y el Presidente, cuando cortó la tercera llamada, decidió convertir el enojo en ira calabresa, mucho más allá de la política. “Ventajita”, le empezó a decir, apodo con el que el cerebro del Gobierno, Jaime Durán Barba, también lo tilda. El ecuatoriano es otro que detesta al hombre del Frente Renovador, y además fue el gran artífice de declinar la oferta del “círculo rojo” que en el 2015 bramaba por una alianza entre su pupilo y el tigrense para derrotar a Scioli. “Massa es el pasado”, suele asegurar el consultor, que dice fantasear con que el proyecto peronista se concrete. “Los números le dan tan mal, la gente le cree tan poco, que si se postula va a hacer que Cristina salga segunda, y a ella le ganamos seguro”.

Massa interpreta ese encono como una victoria: es mejor ser temido que amado, decía Nicolás Maquiavelo, y el líder del FR lo cree con convicción. Otro que rompió relaciones con el gurú es Pichetto. “El oficialismo nos pide el viernes que ayudemos con la gobernabilidad y los domingos Durán Barba nos humilla en el diario Perfil, diciendo tonterías que no tienen sentido. Todavía estoy esperando que me acepte un debate público”, desafía el senador.

Massa está seguro de que el odio encarnizado del Gobierno contra él nace porque él es el que más chances tiene de derrotarlos en las urnas. En su intimidad, el político se siente un vikingo. “Los peronistas somos como los vikingos, vamos ganando batallas pequeñas, separados, cada uno con sus barcos, hasta que llega la guerra y nos convertimos en una flota. En el PRO son todos boy scouts, les falta volumen político”. Se divierte con la comparación.

Hay otro gran miedo en el oficialismo: que el tigrense se lleve a Emilio Monzó para sus filas, no sólo porque significaría perder un aliado clave en la Cámara, sino por el golpe de efecto que supondría que un funcionario de peso abandone el barco en un mal momento. El Gobierno, de hecho, hace bien en temer. El diputado vive a tres cuadras de la oficina de Massa, y todas las semanas, casi sin excepción, pasa por ese despacho para “tomar mate y hablar de política”. “Emilio, ¿qué haces en Cambiemos todavía? Vos sos peronista en serio, tenés que estar con nosotros”, intenta convencerlo el hombre del Frente Renovador en cada oportunidad, de la misma manera que intenta endulzar al ministro de Interior, Rogelio Frigerio. Cerca de Monzó lo niegan a medias: dicen que no se van del PRO pero admiten descontento con el Ejecutivo. Otro que tiene una gran relación es el jefe de gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta. Es una amistad, más que un vínculo político. El hombre del PRO todavía está agradecido por el periplo que Massa y su esposa, a fines de los noventa, hicieron con él a Disney, cuando Larreta atravesaba un mal momento con su esposa Bárbara Diez. Fue una transición clave para que renazca la pareja, y el tigrense atravesó el mundo sólo para contentar a su amigo. No es la única gran deuda del matrimonio amarillo con los Massa: Diez se lanzó a organizar fiestas de casamiento –hoy figura como una de las “wedding planner” más importantes del país–, luego de una charla con Malena. Hasta el día de hoy los tigrenses se ríen de la anécdota. “Mi mujer, a la que Bárbara le ofreció sumarse, le dijo que estaba loca, que no iba a hacer un peso con eso. Así nos va con los negocios”, se divierte Massa. Está contento, o así se muestra. Tiene más tiempo para él, que se lo reparte entre la consultoría en la que administra los negocios en Sudamérica del ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, una recorrida diaria en bicicleta, de cuarenta minutos, por el “camino de los remeros”, en Tigre, y los partidos de su hijo Toto los fines de semana. A veces, hasta se anima a atajar en un picado de padres. La camisa, a diferencia de otras épocas, ya no le aprieta tanto. Se siente bien volver al centro del escenario.

Odisea al espacio. El talón de Aquiles de este plan es el kirchnerismo, y específicamente Cristina. Nadie sabe, aún, que planea hacer la ex presidenta. “Yo me manejo por lo que dijo en Avellaneda a fines del año pasado, cuando aseguró que el próximo candidato tenía que ser alguien de su espacio. Sobre la base de eso trabajo y me quiero postular a la presidencia”, le dice a NOTICIAS el diputado Agustín Rossi. Él lo disimula, pero en ese espacio se habla de que la Jefa le dio el visto bueno, también, a Felipe Solá. “La idea es que todos vayan trabajando, y el año que viene juegue el que más mide. Ojo, si eso no pasa va ella”, especula un operador de La Cámpora. Si ella se presentara, quizás, podría conseguir el segundo lugar. Es una incógnita. Massa especula con que el kirchnerismo fantasea con un 2001, algo con lo que él y el resto del peronismo no coinciden. “De una crisis así puede pasar cualquier cosa, salir un candidato inesperado, y le hace mal al país”, explica el tigrense, en un punto que coinciden con Urtubey.

Los dos detectaron las gotas de sangre que gotea el Gobierno, y no se pueden contener. Es más fuerte que ellos. Los supera, como un deseo incontenible. Le pasa a todo el peronismo: en el poder nacieron, allá a mediados del siglo XX, y al poder quieren volver. No conocen otra cosa. El poder calma, ordena, hace amigos a los enemigos, endulza los paladares amargados. Cura. Perón pateó veinte años en el exilio, moviendo hilos desde las sombras, y ahora confían que pueden superar cuatro años en el llano. Puedo superar una, dos derrotas, piensa Massa. Y a cada uno que se lo cruza se lo repite, lo explica, intenta seducir con la misma idea: hay 2019.

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